domingo, 11 de noviembre de 2012

Al pie de las Montañas del Porvenir

De repente se despertó.

El frío del amanecer dejaba su rostro helado. Allá abajo, entre las paredes del cañón, el agua caía con fuerza a través de la garganta.

Los árboles dejaban ver ligeros tonos verdes, amarillentos y rojizos con las primeras luces del día. Atrás quedaba el decisivo paso del puente Ludovico. El mar y los amaneceres que le habían acompañado durante su travesía por la costa habían dejado paso a las primeras lluvias de octubre.

Ahora, en otoño, los caminos se cubrían de hojas caducas y el cielo estaba plagado de las aves que migraban hacia otros lugares con temperaturas más agradables.

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Mientras, en el otro lado del Mundo, las Parcas se encontraban ocupadas hilando la madeja del Viajero Errante y de todos los seres de la Tierra.

Qué miedo da, a veces, que ese hilo sea bordado con la calidad, el material, el estilo y el resultado que nosotros deseamos.

Supongo”, escribió el Viajero Errante en su diario, “que tenemos cierto miedo a que todas las piezas encajen.” Su viaje aún no había terminado. Levantó la vista. Enfrente de él, el camino continuaba hacia el norte, deslizándose entre los salientes picos de las rocas.

Allá en lo alto las águilas buscaban las primeras presas del día. El primer rayo de sol inundó el cañón, llenando el entorno de luz y de vida.

El Viajero Errante se levantó. La ruta hacia las Montañas del Porvenir no había hecho más que comenzar…

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